La naturaleza me ha dotado de una hermosa anatomía recubierta
de una vellosidad estilo Chumpitaz o Farfán. En ese entendido, la coyuntura me
obliga a expeler mi pelambrera periódicamente y sin dilaciones, porque si dejo
pasar mucho tiempo mis piernas lucen cual futbolista africano de campeonato mundial.
Durante mis maravillosos días en Berlín, noté claramente la
imperiosa necesidad de pasar por la cera, el láser, la Schick o lo que fuera
para eliminar los pelos y no llegar a Lima como El Tío Cosa y así espantar a mi
bello amante. Entonces, una mañana mientras mi amorosa prima y anfitriona y yo
paseábamos por los centros comerciales berlineses recordé a mis peludas
extremidades (las cuales solo veía durante mi penoso baño diario debido al
gélido clima que me mantenía cubierta siempre) y sin prisa ni pausa le pedí comprar
los respectivos productos depilatorios.
Dada la limitación del idioma, me fie de las imágenes que
ilustran las cajas de los productos para “despelarse” y le consulté a mi prima
quien aprobó mi elección, mirando también las imágenes que mostraban piernas
rubias, bellas y lampiñas.
Regresamos a su casa luego de un precioso día de paseos y
caminatas, y sin posponerlo más me aboqué preparar la pócima que convertiría
mis piernas de Paolín en las de Alondra. Me apliqué el brebaje y… ¡oh
sorpresa!, mis vellos se tornaban claros, muy claros, ¡rubios!
“¡Oh, creo que elegimos mal, es crema para aclarar vellos!”,
exclamó mi prima con deliciosa inocencia, nos miramos desconcertadas, mientras mis oídos terminaban
de ingresar la información y mi cerebro de decodificarla, estaba en crisis ¡solo
me quedaba un día para volver a Lima y tenía la piernas melenudas como perro afgano!,
me serené, miré a mi prima, ambas soltamos la carcajada y cedimos a un ataque
de risa nivel “pichi en la Mochita”
Sin tiempo para comprar el producto adecuado y con un pie en
la estación del tren que me regresaría a Krefeld y de ahí al aeropuerto de
Dusseldorf para volver a casa, tuve que posponer la operación “despelatoria”
hasta llegar a mi cubil felino donde tengo las pócimas necesarias para dejar mi
piel inocente, candorosa… y lampiña.
Ya en casa y con mi piel tersa que dejó atrás su peludo
pasado, sonó el clásico “toque” de mi reja, y salí a recibir a mi persona
favorita con una sonrisa de ganadora de la Tinka mientras disimulaba el ardor y
dolor merced los efectos de la cera, pero a grandes males, grandes soluciones.
Lo que vino después fue tan rico que me hizo olvidar los dolores del pasado,
especialmente cuando escuché “¡estás suaveciiita!”, sí, claro como siempre ¿de
qué otra forma podría ser?
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